martes, 26 de mayo de 2009

El undécimo circulo


El undécimo circulo

Érase una vez un pueblito del interior de Australia en donde la gente solía utilizar
el trueque para todas sus transacciones. Los días de feria iba y venia con pollos, huevos, jamones y panes en las manos y negociaba durante un largo tiempo in­tercambiando mercadería con sus compatriotas.

En los períodos clave del año, como la época de las cosechas o cuando había que reparar un granero después de una tormenta, se retomaba la costumbre de ayudarse mutuamente, que provenia de la tradición antigua. Todos sabían que si alguna vez tenían un problema, otros les prestarían ayuda.

Un día de feria, un extranjero calzado con zapatos negros relucientes y un ele­gante sombrero blanco se acerco y observó a escena con una sonrisa sardónica. Cuando vio a un granjero que corría para atrapar a los seis pollos que desea­ba canjear por un gran jamón, no pudo evitar soltar la carcajada: “Pobre gente”, dijo, “tan primitiva”. La mujer del granjero escuchó estas palabras y lo desafió preguntándole: “¿Crees que puedes manejar a los pollos mejor que mi marido?”. “A los pollos no”, replicó él. “Pero hay una forma mejor de resolver ese problema”. ¿Si? ¿Cuál?”, lo inquirió la mujer. “¿Ve aquel árbol allí en frente?”, le espetó el forastero. “Bueno, iré allí a esperar que uno de ustedes me traiga un gran cuero de vaca. Luego, haz que todas las familias me visiten. Les explicaré una mejor manera”.

Cuando tuvo el cuero de vaca, lo recortó en círculos perfectos, y en cada uno puso un lindo sello de correos. Luego, ofreció a cada familia diez círculos y les explicó que cada uno representaba el valor de un pollo. Dijo: “Ahora pueden comer­ciar y negociar con los círculos en lugar de hacerlo con los pollos ariscos”.

Su argumento era convincente. El hombre de zapatos brillantes y brioso som­brero impresiono a todos.

Una vez que todas las familias recibieron sus diez círculos, el hombre añadió:
“¡Ah! Me olvidaba. Dentro de un año volverá y me sentaré bajo este mismo árbol. Quiero que cada uno de ustedes me devuelva once círculos. El undécimo circulo será una muestra de aprecio par la mejoría que acabo de introducir en su vida”. El granjero de los seis pollos le pregunto: “¿Cómo podemos obtener el undécimo circulo?”. ‘Ya verán”, contesto el hombre, con una sonrisa tranquilizadora.


Si ese año la población y la producción anual de ese lugar se hubieran mante­nido estables, ¿qué habría pasado? Recuerden que ese undécimo circulo nunca fue creado. Par lo tanto, a la postre, aunque todos se las arreglaran bien en sus negocios. una de cada once familias debió perder todos sus círculos para que otros obtuvieran el undécimo.
A partir de entonces, cuando una tormenta amenazaba la cosecha de una de las familias, la gente ya no era tan generosa como antes, y no brindaba su ayuda antes de que se desatase el desastre. Resultaba mucho más conveniente inter­cambiar los pollos por círculos en el día de feria, pero este nuevo juego desesti­maba, sin quererlo, la cooperación espontánea tradicional en los habitantes de la aldea y generó, en cambio, una furia competitiva sistemática entre todos ellos.

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